El nuevo Rastro mantiene la esencia del viejo Rastro, las horas de luz sobre la acera donde descansan sillas desvencijadas, arqueología de tiempos recientes, el rostro de una muñeca tuerta y las cámaras fotográficas que esconden la sonrisa sepia de unas vacaciones en Fuengirola. Todo ello está, y el óxido de los espejos y los bares en los que se desayunan caracoles con salsa picante, y el humo de las sardinas saliendo de una ventana.
Pero el nuevo Rastro posee una juvenil potencia creadora y hay una nueva generación que abre tienda en el Rastro e inmediaciones y reinventa el barrio.
En la calle de la Ruda, que da la icónica plaza de Cascorro, tenemos varios ejemplos.
Está Eturel, establecimiendo de telas que mezcla vanguardia y tradición, lo castizo y el cosmopolitismo bien entendido.
En esta reconstrucción a la que se asoma el mundo, con virus acechantes, apostar por lo local es inteligente. Y eso forma parte del ADN del Rastro. Puro localismo. También en la calle Ruda, La oficial, cerámica del siglo XXI.
Luego están las librerías del Rastro y (sin salir -qué le vamos a hacer- de la calle de la Ruda) tenemos Molar y casi en Tirso de Molina está la gente de Traficantes de sueños, con amplia oferta de literatura subversiva y de otra índole.
Imprescindible el nuevo Rastro que gira en torno al vermú y la disipación gastronómica. Perviven (y sea así por muchos años) los tabernones para degustar gallinejas, patatas al ali oli y berberechos. Y nuevas propuestas como Cascorro Bistrot, con su cocina francesa y sus vinos naturales.
Muy cerca se halla el Pavón Kamikaze, teatro resurgido de las cenizas de un viejísimo patio de butacas donde Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenberg disfrutaron de la comedia Don Quintín el amargao allá por 1925 y luego Celia Gámez enseñaría las piernas durante muchos años. El Kamikaze tiene adosada una cantina a la que acude la bohemia madrileña y eso también es Rastro aunque ya casi es Lavapiés.
No podemos dejar de mencionar La Bobbia, resurrección apócrifa de un bar donde los punkis de la Movida desayunaban anís, esquina dorada en la que quedaban Alaska y Pedro Almodóvar cuando ella era una adolescente con cresta y él un empleado de Telefónica recién llegado de Calzada de Calatrava. En la calle de San Millán número 3.
Ya se puede (otra vez) pasear por el Rastro y descubrir todas sus novedades, hermosos emprendimientos junto a los vetustos almacenes de trastos, el polvo antiguo de los muebles con carcoma, los cromos y ejemplares perdidos de La codorniz, que era “la revista más audaz para el público más inteligente”.
El nuevo Rastro es tendencia siempre porque el viejo Rastro nunca pasó de moda y allí modernos y antiguos se dan la mano, tomando un aperitivo de callos y empanadas argentinas, al alimón.
Que vuelvan a discurrir nuestros pasos por la Ribera de Curtidores, la calle Mira el Sol, todos esos lugares que forman parte del corazón de Madrid.
DANIEL SERRANO
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